Puertas

13 05 2008

Cuando abro una, cualquiera sea, mi corazón se dispone a lo inesperado.
Sensación magnífica que nos hace niños en un segundo o ancianos por una eternidad.
Puertas a espacios conocidos, familiares, añorados, amados, cansados, a estrenar. Luminosos o en tinieblas. Celosos guardianes de amores pasados y de hoy.
Para cuidarnos en la tibieza o rescatarnos del sol.
Sugerentes puertas que están dispuestas invitándonos a entrar.

Stephen Berstrom «Porta Rústica» (oleo)

Esta Puerta da lugar a una saga de mi autoría que traigo de un blog que abrí no hace mucho y al que poco tiempo dedico (la idea era hacer algo diferente pero nada, que resulta lo mismo)

Entonces: Dejo constancia que me estoy autoplagiando. Vale, me autorizo.





Piedra sobre Piedra

15 04 2008

Caminamos por pasillos angostos, tanto que apenas pudimos cruzarlos de frente sin ladearnos, por milímetros entraban nuestros hombros en su anchura. Escarpados muros milenarios nos miraban con cierta indiferencia y cual microbios, nosotros extasiados ante la imponencia indescriptible, avanzamos.
De reojo controlábamos que el otro siguiera allí. Cada tanto, uno abría la cantimplora de aluminio y el agua fresca nos corría por la garganta disfrutándola como si nunca hubiesemos bebido algo tan especial. Acomodamos los anteojos, secamos la frente y espantamos algunas moscas verdes, tal como nos sugirió el conserje de la hostería. Ya tenía hambre sueño, cansancio, sed…insolación. Mojaste el pañuelo y lo acomodaste alrededor de mi cabeza poniéndome luego el sombrero de lona. Algo mejor estaba pero, tenías razón. Cuando lo compré dijiste que esto aquí no serviría para nada. Y ya estaba por comentar esta tontería que pensaba cuando, de pronto, apareció como contorneado por la fantasía.
Ahí estaba, se erguía como nada antes lo hizo.

Hablar de majestuosidad es poca palabra. Dudo que con alguna podamos describir la intensidad de latidos que iniciaron nuestros corazones y la emoción hasta las lágrimas que la imagen nos provocó. Nunca pudimos describir estas sensaciones.
De regreso comprobamos que cuando queremos contar lo que vimos juntos, en lugar de pronunciar palabra nos miramos a los ojos. Con ese gesto y la sonrisa que a continuación se nos dibuja, es suficiente.
Más no podemos hacer. Sólo recordar Petra al unísono y en silencio.
V.M.C





Hora de siesta

26 02 2008

Contaba baldosas mientras caminaba, dos rojas tres azules una blanca, dos rojas tres azules una blanca.
Árbol inclinado.
Como si muchos se hubiesen apoyado en el tronco, creció torcido. No tuvo tutor, diría el tío Luis. Es por eso. Creció como pudo, sin cuidados. El tronco lastimado arrastra las raíces que asoman de la tierra, se las ve como a garras apretando el suelo para no salirse del todo. Pobre árbol agotado. Siente angustia por él, lo consuela con una caricia.
Cerca de una reja, pasó con el palo que encontró y sin perderse en la cuenta recuento de baldosas que llevaba, hizo un concierto entre los barrotes y los firuletes.
Turno del perro ahora. Ladra desde el lugar donde está echado. Ladra ronco y espaciado. Perro viejo. Con cada ladrido queda temblando su moflete. Se ríe y lo señala con el índice. El perro entiende por viejo y nada tonto, se pone en pie y avanza ladrando como cuando hace años espantaba niños atrevidos como éste.
Dos rojas, tres azules, una blanca…dos rojas, tres azules una blanca…dos
Árbol erguido derecho como trazado.
Tronco sano liso, sin nudos. Pasa su manita, se siente suave. Sonríe y observa, mece el viento la copa frondosa que regala verdes, de todos los verdes.
Respira levantando el mentón y entornando los ojos, como hacen los perros.
Ahora cerca larga. Partes de ladrillo dejan un paredón bajito para caminarlo y otras de reja enjaulando una parcela de tierra descuidada. Un perro bravo mostrando los dientes, se encarga que no haya intrusos ni flores.
No hubo concierto. Cambió el palo de mano ¿Quién se atrevería a pegarle a las rejas que separan de la fiera? Nadie. Tampoco hay pasto en el jardín, sólo un perro que ladra enfurecido porque no se lo puede comer. Alguien chista detrás del ventanal. El perro gime ahora, gime y calla obediente mirando al amo invisible y al bocado que se pierde haciéndole equilibrio al borde gris acero de la vereda y cuenta otra vez: Dosrojastresazulesunablancadosrojas.
Las saltó a todas. Una por una, mirándolas fijo dando contra el farol de la esquina justo en medio de la frente. No lo vio, ahora sí.
Entonces golpea la columna de metal, esta vez con el palo que conserva.
Disfruta del sonido y el eco que recorre el interior del tubo hasta que un señor mayor le detiene la mano con, Eso no se hace niño.
Varias blancas ahora, blancablancablanca ¿Y van? Diez. ¿Las rojas? ¿Las azules? Cambiaron las veredas, ¿Cambié de barrio? Hola ¿alguien escucha?
Dejó el palo apoyado en la vidriera de una tienda de sábanas blancas, tan limpias y dobladas, planchadas y almidonadas, esperando por él ¡Qué buena arrugada les daría!
Dos rojas tres azules, una blanca tres rojas dos azules una blanca…Suerte que encontró el camino de regreso a la cama, Como dice papi “El cine de sábanas blancas”
Ya sin palo, sin perro que ladre ni viejo que rete, duerme el niño. Al fin, duerme.

V.C





Nacimiento

30 01 2008

Al sur del Sinaí, una caravana avanza en el desierto rumbo a Daraw.
El guía canta al ritmo de una yamania que entre sus manos pone música al paisaje yermo. Los niños duermen abrazados a sus madres.
El pronóstico de los ancianos, anunció que el viento arreciará próximo al anochecer. Es hora de detener la marcha antes que desembarque el temporal.
Una corneta de asta es suficiente para que la señal estridente aliste a la muchedumbre.
Cada quien a lo suyo.
Desatan telas que salen de sus rollos y varios hombres juntan fuerzas para tensar los tientos, el cuero resiste. Las mujeres acomodan los kilis, todo está listo para trasladar a los pequeños. Carpas bajas harán de tolderías amuchadas que de a cuatro en círculo los cobijará.
Puede que el viento amaine en dos días, tal vez en menos.
Las vasijas de agua se protegen y mientras las trasladan, unos jóvenes ríen tapándose la boca. Las niñas entornan los ojos y responden sin mirar más allá de la barbilla de los hombres. Estas guardan las provisiones de las que emanan aromas de azafrán, curry y canela. El kuskús en bolsas de cuero se dejan sobre tablones, debe protegerse de la arena. Pusieron las almendras y la miel a buen recaudo y continuaron con los cestos de juncos apilados, los cántaros se afirman y sujetan las tapas con cáñamo.
La música no cesa, acompaña a quienes se mueven con destreza y rapidez. Hablan en voz queda solo si es necesario, los acuerdos previos no admiten trasgresión ni descuido, el éxito del grupo depende del acierto de cada uno y todos lo saben.
Desmontan los gamales, y quitan los arneses a los camellos viejos, atándoles de una pata a cuerdas fijadas en las rocas.
Saida, niña mujer, entró en trabajo de parto antes de lo previsto, grita de miedo y dolor. Las mujeres acuden presurosas sacándose los brazaletes de plata, los anillos y pendientes al tiempo que caminan. Viendo que se complica, desde la carpa gesticulan a otras por ayuda.
Mahmoud, el guía, se acerca con la simsimiyya y sentado en la arena interpreta una música diferente. Destaca los arpegios y matiza con acordes delicados su melodía. Los demás, enterados del suceso y sin menguar la prisa, pronuncian para sí los rezos moviendo los labios. Unas mujeres preparan té de hierbabuena para sus hombres. Los ancianos envueltos en sus caftanes, rodean a Mahmoud y entonan un poema para nacimiento. Exorcizan al demonio que no deja salir al niño de esa madre.
Sobre una duna, los jinnis que adoptaron forma de hienas, levantan los hocicos a los cielos, huelen a carroña y se relamen.
En un momento la música y el llanto del recién nacido los espanta. Huyen a la carrera alejándose con sus carcajadas siniestras.
El guía ameniza la madrugada con música infantil llena de gozo. Los ancianos aplauden con golpes sordos y las jovencitas danzan moviendo las nalgas al son de panderetas. Es varón el arropado con el kibrs del padre. Su primogénito tiene los ojos de la madre, inmensos y negros.
-Será Guía también como su abuelo y bajo el signo de Cáncer, un gran protector– vaticina en badawi, Eiwada, el más anciano de los beduinos contemplando las estrella.

V.C

-Esta entrada fue publicada en Julio 18, 2007 a las 11:48 pm y archivada bajo Imágenes-





Detalles

14 01 2008

Mordió firme, hundió los dientes en la pulpa fresca llenando su boca de saliva y jugo. La acidez de la manzana superaba su capacidad de asombro, otra vez.
Estaba disfrutándola. Entornó los párpados y masticó varias veces antes de tragar cada bocado. Desde pequeño, las frutas ácidas resultaban un bálsamo para él luego de una situación de tensión. Hay quienes necesitan de la adrenalina para continuar y la fabrican dando saltos mortales o apretando al máximo el acelerador, aunque sea por un minuto, pero un minuto fuera de control… Bordeando la cornisa.
Cuando llegó al corazón, a esa parte que anida las semillas, con mordiscos cortos y en seguidilla, rodeó todo el centro hasta rozarle las partes incomibles…escupió alguna que atrapó en el operativo y arrojó el resto por el inodoro al tiempo que apretaba el botón del desagüe.
Se puso de pie mientras con la palma de la mano abierta secó desde arriba hacia abajo la boca acompañando el gesto con los labios. Quitó el pegote que dejó en sus manos bajo la canilla del lavabo secándolas con el pañuelo. Lo dobló y guardó prolijamente como rectángulo en el bolsillo trasero.
Calzó bien el saco azul, arregló el nudo de la corbata y empuñando nuevamente el arma con la que acaba de matarlo, empujó lentamente la puerta de acceso al salón de conferencias. Las luces continuaban encendidas y el cuerpo inerte del Director de la Empresa, esperaba que amanezca, sentado en la cabecera.
Se retiró del edificio sin problemas, no fue necesario saludar al de seguridad, no estaba en su lugar.

Afuera lloviznaba. De a poco cobró intensidad y la llovizna se hizo lluvia.
Lamentó no tener un paraguas.
“Algo puede fallar” , se dijo mientras apuraba el paso.