Luna lunera

8 06 2008

Te vi esta noche recostada hamacándote en un telón tan negro que eras de plata, de nieve de pura nieve. Contorsionabas tu cuerpo esbelto hasta que de blanco puro, te dibujaste sin tacha en una pizarra rasa. Me dieron ganas de pedirte que me lleves en tu punta extrema. Que me pasees balanceándote despacio para ir las dos haciendo piruetas en el aire y desde ahí saludar a los que te ven por un momento y luego, como es cosa de todas las noches que estés ahí, ya no te miran.
Y me vi colgando de vos, agarrada con una mano. También reías conmigo de mi gesto infantil y por un momento las dos fuimos niñas y como antes jugamos en un río, en el más oscuro, en una laguna o en un charco, pequeño.  Apenas un poco nos movíamos con  las ondas que el viento le hizo al agua.
Canté una canción vieja mirándote. Varias veces la misma estrofa. Pensé en él. Un momento.





Penelope

23 05 2008

Cuando era adolescente esa canción me hacía llorar.
Ya grande, me enterneció. Pobre, ella desconocía que de amor no muere nadie.
Hoy, la anciana que pienso estrenar dentro de mucho, me dice que ciertas corduras se van perdiendo porque se gastan con tanta gente idiota que se nos cruza. Se la lleva la humedad, los disgustos, los hijos que no aprenden, los padres que se mueren, la vecina mal parida y el amigo mal cogido.
Se va la cordura con cada invierno de refregar una mano con otra cerca del hogar, a solas, a pocos pasos de un televisor que no se enciende para que no haga ruido, de una música que no suena para que no se baile porque no hay quien baile, salvo que se baile con el uno mismo.
Y sí, se pierde la cordura un poco, de tanto andar calladito la boca, sin con quien hablar las cosas que duelen y joden las que no se quieren aunque se quisieran, que espantan que meten miedo que dan terror, y del pánico que no se trata. De la gotera, otra pavada que dejó el último bombardeo. Del qué te gustaría comer hoy Y si vamos al cine que no se dice, del Abrázame que no se puede de Miremos llover de Salió el sol. Caminemos amor, caminemos.
Y sí.
Penélope me conmueve, lástima adolecer sin ser adolescente.
V.C.





Los espectadores

22 06 2007

Con tanto conocimiento enloqueció a tal punto que esa noche,  llegó a golpear su cuerpo mientras gritaba,
-¡Sáquenme esto de adentro, sáquenlo por favor!
Una y otra vez en desesperada súplica, el hombre daba con la cabeza en las paredes del estudio, provocando que varios libros se desplomaran de las bibliotecas laterales.
El vecindario despertó y levantando las persianas, puso las narices contra los vidrios.
Miraban para la misma casa. La del jardín florido, la de los gigantes portones de hierro. La que tenía una glorieta en medio del parque y esa pajarera inmensa de hierro también a un lado, cerca de la fuente de mármol blanco.
Los doberman ladraban como mordiendo el aire, gruñían y llorisqueaban desconcertados.
Se encendieron todas las luces de la casa y pronto una sirena anunció la ambulancia.
Vieron como se abrían los portones. Cuatro hombres de blanco descendieron, uno arrastraba la camilla otro llevaba bajo el brazo algo blanco, un rollo del que asomaban cinturones que se balanceaban a su paso. Los dos restantes con apuro, los precedieron.
No tardaron en salir todos de la casa.
Avanzó la camilla y sobre ella tapado con una sábana, llevaban al hombre.
La mujer en pantuflas y un tapado gris, iba detrás.
En un instante recorrieron toda la calle empedrada hasta perderse en la esquina.

Solo el ulular de la sirena permaneció en el ambiente un momento más.
Los que siguieron la escena desde las ventanas se arroparon con mantas, hacía frío pero ninguno quería acostarse. Otros, anudaron el lazo de sus batas para ir a la cocina por un café bien caliente.
-Qué hora es?
-Las cuatro, ¿estás bien?
-No, qué va… ¿la verdad? Quedé temblando ¿y vos?
-Estoy desvelada. Quiero que me abraces, regresemos a la cama.
-Cierto, hace falta un abrazo, vamos. Intentemos dormir.

Viviana Comerón