Echa perfume al andar

25 12 2008

Navidad, 2008

Nunca es igual, cada año parece que llega antes de lo previsto. Cronos acelera el ritmo o la percepción se adelanta a los hechos y ahí nos encontramos de nuevo armando el arbolito. Dejando el mejor mantel como nuevo y comprando jazmines o rosas, margaritas, campanillas, crisantemos.
Compre Ud. lo que le plazca,
Yo, jazmines.

Noche Buena,
“Y ahora, que nos quedamos solos por un momento, entre la mesa tendida, la casa cargada de aromas deliciosos, ahora que estamos por medio segundo extendidos en el sillón, cuando escucho que Enya armoniza cada día mejor con mis estados…Ahora que también yo huelo la mejor fragancia y mi cara reluce entre dorados y marrones que mitigan el cansancio y los zapatos me duelen y las medias me dan calor…Estoy por caer en tus brazos y dormir la siesta más corta, en la noche más larga.
Antes que todos lleguen, antes que invadan los nietos, antes que el árbol sea ladeado por manitos que tironean de luces que prenden y apagan y todos corramos a sacar al chico del peligro…Antes que la montaña de paquetes oculte al menor de los cinco, el gateador.
Abrázame cielo, que esta solera sensual, es fria. Abrázame que te extraño ya y dentro de un rato, cuando te roben los yernos, las gracias de los niños y el sonido a los cientos de abuelos, que como vos, se encargan de las explosiones peligrosas o de las cañitas al cielo y de encender las ‘inofensivas’ estrellitas para los más chiquitos.

Así nos encontraron al entrar a la casa, dormidos bien apretujados. Nuestros hijos entonaron bajito nuestra canción:

“Vamos amarraditos los dos, espumas y terciopelos,
Tu con un recrujir de almidón
Yo serio y altanero”

La parte de la gente que mira por la calle con envidia, la obviaron.
Suerte, porque es Noche de Amor”

¿Y qué tiene que ver con Enya?
Nada. ¿Y con el perfume al andar?
Todo

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Historias Familiares

29 11 2008

Ese día me porté remal, no dejé de hacer una tras otra.
Mamá dijo que nunca más me llevaría a la casa de esos abuelos. Yo le dije Qué me importa con le hombro y me ligué un buen soplamoco. Todavía me duele el oído cuando hay humedad. No sé si por el aplauso bien puesto o por la bronca que me dio el no poder devolvérselo a mi mamá. No, no se lo devolví.
Pero esos no eran mis abuelos de verdad, eran de la gente que se tilda de parientes sin serlo y nunca entendí la razón por la que había que quererlos, si hasta pinchan con los besos las mujeres y tienen mal aliento los hombres tan amorosos. No son tan amorosos ni nada de eso. Para nada quería yo regresar a la casa de esos viejos que olían a naftalina desde la entrada de la casa y al llegar a la mitad el olor era a puchero, siempre puchero.
-Es que la sopita es tan necesaria para crecer sanos y fuertes. Aunque ellos estaban ya bien crecidos y eran los que se tomaban la sopita, siempre repetía la misma cantinela la abuela que no era.
-¿Ves Nelly?- le decía a mi mamá- deberías ponerle como hago yo, la cáscara de huevos que utilizas para otras comidas, eso le da al caldo todo el calcio que el cuerpo necesita.
Horrible masticarlos, porque a veces le quedaban restos pequeños en el caldo y con fideos se confundían y qué asco me daba morderle la cáscara al huevo, en fin.
Escupí la mesa ese día por eso luego cobré pero ni me arrepentí. El abuelo dijo que no era para tanto pero mami, que siempre exageraba porque le daba vergüenza, se puso muy enojada y me llevó hasta la estación de Villa Pueyrredón, zamarreándome el brazo y dejándome arrugada la manga del tapadito.
La abuela que nunca tuvo hijos, adoptó a mi mamá desde antes que yo naciera, a poco tiempo que con papi fueron a vivir a esa casa de calle Cabezón.
Los abuelos estos venían de visita todas las mañanas al departamento cuando ya se había ido mi papá al trabajo –porque papi mucho no los quería, decía que eran unos viejos metidos- la abuela hacía las compras a mi mami para que ella no salga a la calle a cansarse cuando yo estaba en su panza. Luego cuando salí, también. Para que no tome frío el bebé.
Y así, cada día me veían crecer.
Caminé por primera vez de la mano del abuelo en la plaza. Y al final, me llevaron de regreso con un globo colorado en la mano, caminando solita, sin tropiezo ni apuro.
Papi jamás le perdonó al “viejo metido” que hubiese acompañado mis primeros pasos, entiendo ahora que tuvo razón en molestarse
-¡Por lo menos me hubiese preguntado si me parecía bien o mal que le enseñara a caminar a mi hija! ¡Mi primera hija! ¡Sus primeros paso!
-Bueno querido, no es para tanto.
¡Para qué se le habrá ocurrido a mi mamá pronunciar esa frase que hacía del drama una tonterïa! Yo era rechiquita y me acuerdo la puesta en escena que tuvo lugar, una más, claro.
Entonces, como les decía. Todo bien, pero todo mal.
Los casi abuelos me gustaban por complacientes, malcriadores y buena gente. Nada hicieron para ocupar espacios, pero los ocuparon todos.
Y en realidad cuando ya no estuvieron en nuestras vidas, ni en las de ellos, dejaron un enorme agujero negro, de esos que no se llenan con nada ni nadie. Nadie, ni uno solo, hasta de los parientes verdaderos se podía esperar algo semejante, ninguno nos dedicó tanto tiempo, tantos detalles amorosos y tanta presencia gratificante.

Bueno, y aquí estoy. Recordándolos. Con Agradecido amor.
No hay caso, a veces hay que hacerse grande para valorar.
Espero haberles dicho muchas veces cuánto los quise, porque a pesar de mis morisquetas, gestos despectivos, llantitos histéricos nunca falto la alegría verdadera de verlos entrar, ni el colgarme del abuelo hasta casi hacerlo caer.

Creo que sí, se los dije más veces de las que recuerdo.